Cuando el lazo familiar lo estrecha el kárate
Tres generaciones comparten su pasión por esta milenaria arte marcial y se prueban a sí mismos que con disciplina, constancia y amor, todo se puede lograr.
Crisleida Porras
Ante la presencia de todo el clan Rojas, cuyos integrantes se presentan vestidos con sus impecables kimonos blancos y un aire de complicidad entre ellos, es fácil recordar aquel principio de “familia que reza unida, permanece unida”. Sólo que en este caso, el lugar de culto cambia de un templo a un dojo de kárate.
Desde cintas negras a blancas, sin obviar las azules, naranjas y amarillas, en este grupo familiar hay karatecas de diversas categorías. Todos practican la modalidad Shito Ryu, movimiento dirigido a nivel mundial por el sensei Shoko Sato.
El sueño de todos se resume en destacar como practicantes de esta rigurosa disciplina, con el apoyo de sus parientes, para seguir dejando en alto en nombre de la familia. Los mayores buscan consagrarse como atletas y los más pequeños sólo quieren ser tan buenos karatecas como los grandes.
El fundadorJosé Gregorio Rojas Salgado es sinónimo de disciplina y perseverancia en Nueva Esparta. Su nombre está asociado con el kárate Shito Ryu en la entidad, ya que acompañó al sensei Eduardo Riveros, en la tarea de difundir esta especialidad en la entidad insular, labor que aún realiza, tal como lo resalta, con orgullo en la mirada.
“Tenía siete años cuando mis padres me inscribieron en clases de kárate en el Centro Cultural y Deportivo de Los Cocos (municipio Mariño), sector donde vivíamos cuando era niño. Allí, el sensei José Díaz Monserrat se convirtió en mi mentor. Con él di mis primeros pasos en este deporte y fue quien me enseñó a amar lo que hago hasta ahora, lo cual pienso seguir haciendo hasta el último de mis días”, dice con convicción, desde el escritorio de director de su dojo.
En sus primeros cinco años como karateca, no logró obtener medallas ni puestos de honor en las diversas competencias en las que participó. Pero allí su temple y perseverancia le enseñarían que lo mejor estaba por venir. “Creo que simplemente no tuve suerte, eso siempre es una variable en esta disciplina. Nunca dudé de que me preparaba correctamente y, sobre todo, de que podía ser mejor cada día”, expresa el pionero.
Finalmente, la fortuna le sonrió al pequeño José Gregorio y en los Juegos Neoespartanos organizados por Fondene (Fundación para el Desarrollo del estado Nueva Esparta), colgó sobre su cuello sus primeras medallas: obtuvo bronce en kumite y katá. “Fue muy emocionante, por fin veía premiado mi esfuerzo, eso no se olvida” rememora el karateca, mientras que su rostro se ilumina con el recuerdo infantil.
En 1987, sube otro peldaño en su carrera deportiva. Integra la selección de Nueva Esparta y participa en los Juegos Nacionales de Kárate infantil, donde consiguió su primera presea dorada, una de las dos que consiguió el combinado en ese evento. Durante esta etapa, su fogueo fue permanente, al participar en innumerables torneos nacionales e internacionales, en los cuales siempre figuraba en el cuadro de honor. Con semejantes credenciales, sólo podía esperarse un brillante desempeño en la siguiente categoría: juvenil.
Y así fue. Desde 1991 y hasta 1993, ganó consecutivamente el título de campeón nacional de la Federación Venezolana de Kárate Do, FVKD, en el renglón 70 kilogramos o menos. Y al año siguiente, hizo lo propio en los Juegos Nacionales Juveniles (Judenaba), al obtener la única medalla de oro que se apuntó la entidad insular en esa oportunidad.
“A pesar de que en 1995 fui nombrado Atleta del Año en Nueva Esparta, no entraba a la selección nacional porque había una rosca tremenda que filtraba a los atletas y preferí mantenerme al margen, aunque lamentaba la situación, porque estaba en mi mejor momento para representar a Venezuela”, señala con pesar el ahora sensei.
A los 17 años, su mentor se marcha de la Isla y lo deja en manos de una leyenda del kárate en el estado: el reconocido Eduardo Riveros, con quien hasta ahora mantiene un gran vínculo, que se ha fortalecido con el paso de los años. “Ya había dado clases con el sensei Díaz y el sensei Riveros valoró mucho eso, así que bajo su tutela, continué enseñando, al mismo tiempo que entrenaba para las competencias”, apunta Rojas Salgado.
Tras año y medio con su nuevo entrenador, decidió seguir las enseñanzas de la modalidad Shito Ryu y eso hizo crecer la confianza de Riveros en él. “Le agradeceré siempre que me apoyara, que creyera en mí como atleta. La principal lección que aprendí de él fue que con constancia, se puede triunfar”, asegura.
Finalmente, a los 24 años, consigue el anhelado pase a la selección nacional. Compitió en un par de citas internacionales, pero no obtuvo mayores distinciones y se separa de ella en 2002. Entonces, decide que su propósito es destacar en Shito Ryu. “Actualmente, tengo el récord por haber sido reconocido más veces con el estandarte de la FVKD. Nueve veces he tenido ese honor”, comenta con satisfacción, aunque con su humildad característica.
En los Juegos Nacionales Llanos 2007, tras conseguir otra dorada para la causa neoespartana, anunció su retiro como atleta. No obstante, dejó en claro que apartarse del kárate no está entre sus planes de vida.
Nuestro Dojo
La idea de fundar un dojo propio le rondaba en la cabeza de este karateca desde su primera época como instructor, pero “me faltaba un empujoncito”, acota. Entonces, su amiga, la sensei Yajaira Lara, lo impulsó a atreverse y así nació el dojo que lleva su nombre: José Rojas.
“Desde el principio sabíamos que sonábamos en grande, porque queríamos un espacio dotado con lo mejor, pero así es que debe ser, y con la ayuda de mi familia y alumnos lo hicimos realidad en diciembre de 2004. Nuestros muchachos han ganado desde entonces títulos a nivel estadal, oriental y nacional, entrenando aquí”, agrega el sensei.
Puntualiza que su sueño es retomar las clases de kárate que daba en Los Cocos, donde quería rescatar a los niños y jóvenes del ocio, la droga y la delincuencia.
Anderson: con mejor suerte
Su risa fácil delata el nerviosismo que le provocan las entrevistas. Pero él es así, se toma las cosas con emoción. Pese a que empezó tarde con el kárate, puso en ello su empeño y su corazón. “Mi hermano me indujo, como era de esperarse. Todos los días me decía que me metiera en esto y al final, me convenció, pero yo tuve mejor suerte”, dice el actual cinta azul, al recordar que cuando apenas llevaba el cinturón blanco, se llevó una medalla de bronce en una válida de Shito Ryu.
Ser el hermano del sensei no es fácil y José se lo hacía sentir en cada práctica. “Era más exigente, me hacía entrenar más duro y por más tiempo todos los días. Hoy se lo agradezco, porque de él aprendí la disciplina que necesitaba para llegar donde estoy. Y siempre será el mejor ejemplo a seguir, como atleta y como entrenador”, expresa con evidente fraternidad.
De sus múltiples participaciones en torneos nacionales, destaca el título de campeón centro-oriental en 2005, y el tercer lugar por equipo en la misma competencia, pero en la edición del año pasado, como integrante de la selección insular. “Las caídas te dan experiencia para no repetir los errores, eso es lo más importante”, asevera con cierta solemnidad, ya que no pudo ganar en la batalla individual. A sus 26 años, aún trabaja por alcanzar la excelencia y, claro está, el cinturón negro.
Paola: sin límites
Paola Rojas Salgado es la tercera en la “sucesión karateca” de la familia. Su carrera deportiva tiene el mérito de no conocer los límites, ya que su discapacidad en el brazo derecho, no la ha detenido para llegar donde está: cinta azul.
“Me entusiasmó este mundo como a los 11 años. Claro, desde siempre lo vi en la familia con el ejemplo de José y Anderson. Es lo que más disfruto de mi vida”, comenta. Como iniciaba la adolescencia, la presión de las amiguitas no faltó, pero ella no desistió. “Es que mucha gente cree que eso se trata de golpes y patadas, pero esto encierra toda una filosofía”, enfatiza.
Entre carcajadas, por la poca costumbre de ser entrevistada, Paola comenta que aunque no recuerda mucho sobre su primera medalla, sí sabe que fue de plata y que la invadió una alegría inconmensurable. “El kárate forma parte importante de mi vida desde siempre. Con mis hermanos, he aprendido que se trata de un valor familiar. Ellos me enseñaron sobre disciplina, compañerismo y respeto”, precisa la joven de 19 años.
Su sueño es brillar con luz propia en un evento internacional, para lo cual se prepara afanosamente. “Sé que estoy cerca de lograrlo, porque los límites están en la cabeza de cada persona, y en la mía, no existen”, expresa la también atleta de la selección Nueva Esparta.
Stephany: la esperanza
Con 14 años, ya es cinturón azul. Eso dice mucho sobre su temprano inicio en el kárate, aunque “de tal palo, tal astilla”. Es la hija mayor de José y su nombre es Stephany Rojas. “Como veía a mi papá y a mis tíos entrenando siempre, creo que me gustaba desde niña. Me siento muy feliz de pertenecer a una familia tan especial”, dice con una gran sonrisa de regocijo.
Además de aspirar a graduarse de médico, indica que su mayor anhelo es convertirse en campeona mundial en este deporte. Y comenzó con buen pie: recientemente ganó la presea de bronce en el Campeonato Centro Oriental, lauro que describió en tres simples palabras: “fue muy fino”.
No puede ocultar el orgullo que siente por su papá, a quien admira como entrenador y atleta, cuya carrera espera imitar, y para eso tiene el tiempo y la fortuna de su lado.
La generación de relevo
José Joel Rojas (10 años), José Romero Rojas (8 años), Anthony Romero Rojas (6 años) y Daniela Rojas (4 años), conforman la generación de relevo de esta dinastía. Con la misma persistencia que caracteriza a su linaje, asisten diariamente a los entrenamientos en el dojo de José, quien es padre del primero y tío de los otros tres chiquillos.
La más pequeñita habla por todos: “yo quiero una medalla de oro”, suelta con la naturalidad propia de los niños, que son formados en el ejemplo de sus familiares y con el amor que sólo ellos pueden darle al prepararlos como futuros valores del kárate neoespartano.
Sensei José Rojas recibiendo reconocimiento de manos
del Sensei Ali Flores Director de la Revista Osensei
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